Los últimos robinsones
Una veintena de personas, la mayor parte de ellas nacidas en la isla, viven todo el año en Tabarca disfrutando de su jubilación u ocupándose de alguno de los bares. En invierno la isla apenas tiene visitantes pero los lugareños la prefieren así, aunque asumen que el turismo es lo que garantiza su supervivencia.
ISABEL VICENTE. Todos conocemos Tabarca en verano. Playa, chiringuitos, gente por todos lados... Después llega el frío y los pocos habitantes de la isla, apenas una veintena repartidos en cuatro o cinco familias, se quedan solos disfrutando de uno de los parajes más bellos y sugestivos de la provincia.
Pasear por Tabarca un viernes de febrero es un placer y claro, con tanto mar, tanta luz y tanta paz apetece quedarse unos días con un par de libros. Unos días. Pero ¿vivir allí? Los pocos habitantes de la isla dicen que sí. Se está tranquilo, las vistas son inigualables y sale barato porque no hay donde gastar. Además prefieren la isla en invierno, y en general, parecen aceptar el turismo como un mal necesario para garantizar su supervivencia.
"Hace frío, y sólo nosotros viajamos en la lancha taxi que nos acerca a la isla". Vicente Baeza, uno de los encargados del servicio de transporte, nos cuenta que en el barco que ha salido una hora y media antes iban cuatro turistas. En invierno, apenas eso, alguna excursión organizada y poco más. Antes de salir esperamos que carguen tres sacos de cemento para las obras que se están realizando en el puerto, y dos cajas con comida para uno de los restaurantes de la isla. Así aprovechan el viaje. Ya en Tabarca, y nada más bajar de la lancha, encontramos a Toni, uno de los dos funcionarios del Ayuntamiento de Alicante que se encargan del mantenimiento. Ellos controlan el envío a Santa Pola de los contenedores de basura, limpian los jardines y reparan los desperfectos. "Yo nací aquí. Hay días que me quedó a dormir y otros me vuelvo a tierra, pero me gusta mucho la isla". En Semana Santa se espera que hayan acabado las obras del puerto. Entre tanto hay por allí una actividad inusual con material de obras y trabajadores que llegan de Alicante todos los días.
En el pueblo, sin embargo, la actividad de los obreros apenas se nota. Está tranquilo. Un grupo de una excursión llegada de Guardamar se reparte entre los dos bares que hay abiertos y el pueblo. Pronto se marchan y Tabarca vuelve a quedarse para los lugareños.
Apellidos italianos
Anita Chacopino regenta el restaurante que lleva su nombre. Mientras hablamos aparece, cargado con las cajas de comida que ha llegado con nosotros en el barco, su marido Juan Chacopino. Los dos tienen el mismo apellido "pero no somos familia", asegura Anita. No es rara en Tabarca la coincidencia. Apenas cuatro apellidos se reparten entre los vecinos, y muchos son italianos: Chacopino, Pianelo, Parodi, Manzanaro... todos descendientes de las familias genovesas con que Carlos III pobló la isla en el siglo XVIII. "Aquí estamos en la gloria", dice Anita, para añadir que "hemos vivido toda la vida aquí. Juan y yo nos conocimos de niños cuando vivíamos unas 600 personas en la isla y había tres colegios. Nos gusta, es tranquilo, es precioso y no hay coches, da libertad". Anita y Juan tienen tres lanchas y sus hijos viven en Santa Pola donde también ellos tienen un piso. "pero nos vamos a Santa Pola dos días y estamos inquietos. La vida nos gusta aquí. En verano tenemos mucho trabajo y en invierno abrimos si viene gente, y si no, pues no". Después de un café con leche vamos a ver a la enfermera que nos han dicho que vive en la isla y que atiende las necesidades de los vecinos. Ya ha cerrado el consultorio pero al rato la encontramos paseando por las rocas junto al mar. Se llama Eva y con sólo 23 años le pesa más la isla. "Tengo que vivir aquí porque la atención ha de existir las 24 horas del día". Es de Elche, lleva trabajando en la isla 3 meses y se aburre, aunque le queda poco ya que pronto otra enfermera le tomará el relevo. ¿Llega bien internet? "Pues, regular, depende de las zonas. Yo sí tengo un aparatito de esos que se conecta, y bien, y el resto del tiempo me dedico a leer, a pasear, a mantener el consultorio en condiciones y a cuidar a la gente", aunque con tan pocos vecinos, pese a que la mayoría son mayores, hay días que Eva no tiene nada que hacer. En verano sí hay un médico y entre tanto, ella atiende a la gente en un primer momento y si hay alguna urgencia "llamamos y en diez minutos tenemos aquí un helicóptero".
A la búsqueda de tabarquinos, entramos en el pueblo. Las calles se ven desiertas. Una señora, en batín, corre a su casa en cuanto nos ve. No parece tener ganas de hablar con periodistas. En la calle de la Iglesia no se ve a un alma aunque sí encontramos a un gato montando a una hembra en la puerta de una casa en la que, curiosamente se lee "Carpe diem" (aprovecha el momento) en un cartel. Ni que los gatos supieran leer... Frente a la iglesia de San Pedro y San Pablo tampoco hay gente, sólo decenas de los famosos gatos de Tabarca que conviven sin problemas con palomas y gorriones. Una pena lo de la iglesia, seis años de obras para rehabilitarla y luego se quedó a medias, y así sigue, con escombros y material de obra todavía en el suelo desde hace un par de años. De eso sí se quejan los tabarquinos que agradecerían un poco más de inversiones en la isla. También se quejan de las nuevas construcciones "que ya las podían haber hecho un poco más parecidas a las del pueblo".
En la plaza tampoco hay nadie. La mayoría de bares, los hostales, el centro de educación ambiental, el Ayuntamiento... Todo lo encontramos cerrado. Muchas de las casas tienen la puerta protegida con tablas o piedras. Es fácil imaginarse aquí unas semanas, y apetece. De pronto se nos cruza un niño en bicicleta lo que resulta raro. Es uno de los nietos de Anita y nos dice que no ha tenido colegio y que pasa aquí los fines de semana.
Vivir por gusto
Ya de vuelta cerca de la playa encontramos a Tomás y a Tano paseando. Tomás nació aquí pero durante muchos años vivió fuera. "Estuve doce años en Nueva York pero me volví". Dice que lo bueno que tiene la isla es vivir allí por gusto. "El problema es que nos han invadido. Con la declaración de reserva natural y los ecologistas, parece que quieran echarnos ". Tano cuanta que el único trabajo que hay en la isla es en la hostelería "y en las obras, como ahora en el puerto". Pescadores ya no hay "los había hasta el temporal del 80, luego ya no". A Tano también le gusta vivir en Tabarca "y si me aburro un día, me voy a Alicante, pero luego vuelvo". No le tienen miedo al mar "a veces impresiona, pero te acostumbras". Al fin y al cabo vienen de familias de pescadores. Como la mayoría de sus vecinos creen que cuando mejor se vive en la isla es en invierno "aunque el verano hace falta por el negocio".
Dejamos a Tomás y a Tano tomando el sol y encontramos a Ramón y Rafaela. Como muchos de los vecinos tienen su propia lancha y vienen de Santa Pola de hacer la compra. No es una gran distancia y en veinte minutos o media hora se cubre el trayecto.
En la hora del aperitivo vamos al segundo bar que encontramos abierto, el "Pirata Pata Palo", con Diego López al frente. Es de Almería aunque ya lleva dos inviernos en la isla. "Te tiene que gustar, pero no me imagino un lugar mejor para trabajar que con estas vistas". ¿Qué se hace aquí? "aquí tengo una casa y a veces me quedo porque es fantástico: tu paseo, tu lectura, corres por la isla, ver amanecer...Diego en invierno abre el bar sólo por las mañanas y a veces, como el viernes, vuelve a Santa Pola en la lancha de las dos menos cuarto. También regresa Dani Chacopino, familia de Anita y de Juan, dueño del restaurante "El tío Collonet", que nos recomienda para cuando volvamos en verano las espardeñas, una especie de navajas que se sirven a la plancha. Dani hoy no ha abierto el restaurante. "En verano es cuando se hace negocio. En invierno si hay gente se abre y si no, pues nada. Esto es así".
1 comentario:
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